Practicando El Camino: Un Guia a la Transformacion
Las Tres Metas de la Formación de Discípulos
Una guía práctica para hacer discípulos inspirada por el libro, "Practicando El Camino" de John Mark Comer
Una guía práctica para hacer discípulos inspirada por el libro, "Practicando El Camino" de John Mark Comer
Muchos se sintieron atraídos por Jesús—por Sus milagros y por las palabras que tocaban el corazón. Pero cuando Él los invitó a seguirlo, todo cambió. Su llamado no fue algo ligero o fácil—fue un llamado costoso. Seguirlo significaba dejar atrás la comodidad, replantear quién eres y rendirle cada parte de tu vida. Era una invitación a vivir de una forma completamente distinta.
Hoy usamos mucho la palabra “discípulo”, pero muchas veces está desconectada de una vida que realmente se parece a la de Jesús. La diferencia entre los creyentes y el mundo que los rodea muchas veces no se nota—pero nunca fue la intención que fuera así. El llamado de Jesús fue, y sigue siendo, radical, claro y lleno de poder para transformar vidas.
Recuerdo la primera vez que sentí esta carga en lo profundo de mi corazón. Fue en 1995, después de un encuentro personal con Dios que rompió mis ideas equivocadas y me mostró que lo que llamábamos “discipulado” muchas veces era superficial. Algo dentro de mí se quebró. Comencé a ver cómo la Iglesia había tomado a la ligera el mandato de hacer discípulos genuinos. Muchos se conformaban con una fe externa, sin transformación real.
Eso me impactó profundamente. Noche tras noche oraba, con una pregunta quemando dentro de mí: ¿Cómo podemos despertar a la Iglesia al discipulado que Jesús realmente quiere? Un discipulado que cambia el corazón, ordena toda la vida y refleja quién es Él.
Sentía que iba contra la corriente. Había un anhelo dentro de mí por una forma más profunda y real de formar discípulos, desde adentro hacia afuera. Ese deseo nunca se apagó. Décadas después, la carga sigue viva.
Hace poco, encontré el libro Practicando el Camino de John Mark Comer, y fue como si pusiera en palabras lo que mi espíritu había sentido por años. Presenta una visión simple pero profunda, basada en la vida de Jesús y centrada en la transformación real. A partir de ahí, he añadido mis propias reflexiones y prácticas para fortalecer este camino, con el deseo de invitar a otros a un discipulado que no se quede en ideas, sino que se viva con todo el ser—un discipulado real y transformador.
Necesitamos recuperar la claridad de ese llamado. No solo entenderlo con la mente, sino sentir su peso y su belleza en el corazón. Esta guía de Practicando el Camino fue creada para ayudarte a entrar en esa claridad. Presenta el llamado de Jesús en tres áreas que forman toda la vida—el latido de lo que significa seguir a nuestro amado Rabí Jesús.
Seguir a Jesús significa ser Su aprendiz—aprender de Él y vivir como Él vivió. Ser un verdadero discípulo no es solo creer en Él, tratar de mejorar por nuestra cuenta o hacer cosas para agradarlo. Es dejar que Él nos forme desde lo más profundo.
Como aprendices de Jesús, tenemos tres metas que nos ayudan a caminar con Él y a ser transformados a lo largo de toda nuestra vida: Estar con Jesús, Ser como Jesús y Hacer lo que hizo Jesús.
Vivir en conexión constante con Jesús, aprendiendo a permanecer en Su presencia a cada momento, descansando en Su amor.
Contemplar a Jesús (Verlo con Claridad) – Fija tus ojos en Él por medio de la Escritura, la oración y la adoración. Deja que Su presencia cautive tu corazón. (2 Corintios 3:18)
Permanecer en Jesús (Mantenerse Conectado a Él Continuamente) – Permanece en Él como la rama en la vid. Camina con Él cada día, no solo de vez en cuando. (Juan 15:4–5)
Descansar en Jesús (Confiar Plenamente en Él) – Confía en Su amor, rinde el control, y abraza ritmos de paz y renovación. (Mateo 11:28–30)
Nuestro primer llamado como discípulos es estar con Jesús—vivir en conexión constante con Él. Así como Sus primeros seguidores caminaban a Su lado, aprendiendo de Sus palabras, observando Sus acciones y experimentando Su amor, también nosotros somos invitados a una vida de cercanía con Él.
Jesús no nos llama a una fe distante y ritualista, sino a una relación permanente. Él anhela que lo conozcamos profundamente, no solo en momentos de adoración o de oración, sino en los ritmos cotidianos de la vida. Cuando aprendemos a fijar nuestros ojos en Él, a descansar en Su amor y a confiar en Su presencia en todas las cosas, comenzamos a experimentar la plenitud de vida que Él ofrece.
Estar con Jesús es saber que nunca estamos solos. Su Espíritu está con nosotros—guiándonos, consolándonos y transformándonos mientras caminamos en comunión diaria con Él.
¿Cuál es la Distinción entre Contemplar a Jesús, Permanecer en Jesús y Descansar en Jesús?
Contemplamos a Jesús para verlo con claridad, oír Su voz y ser cautivados por Su belleza. Permanecemos en Jesús para caminar cerca de Él y ser transformados por Su presencia. Y descansamos en Jesús para confiar plenamente en Él, entregando nuestros temores y dependiendo de Su Espíritu.
Contemplar trata de la atención: mirar a Jesús con asombro y enfoque. Permanecer trata de la conexión: estar con Él en cada momento. Descansar trata de la confianza: soltar y depender completamente de Él.
Contemplar llena tus ojos. Permanecer llena tu día. Descansar libera tu alma.
Contemplar abre los ojos a Su hermosura. Permanecer ancla tu vida en Su presencia. Descansar aquieta tu alma en Su gracia.
Contemplar es la invitación. Permanecer es el hábito. Descansar es la postura.
Contemplar establece el enfoque. Permanecer marca el ritmo. Descansar nos hace libres.
El Flujo Transformador de "Estar con Jesús":
En “Estar con Jesús”, la transformación comienza al contemplarlo.
Contemplar a Jesús es verlo verdaderamente—con los ojos del corazón. Es hacer una pausa lo suficientemente larga para que quien Él es nos cautive. Al contemplarlo, no solo aprendemos datos sobre Él; encontramos al Cristo viviente. Vemos Su bondad, Su fuerza, Su humildad, Su amor. Y algo comienza a pasar dentro de nosotros: se despierta el asombro. Nuestros corazones se despiertan ante una Persona más hermosa de lo que imaginábamos.
Pero contemplar no es el final. Luego permanecemos en esa verdad—dejamos que eche raíces. Permanecer significa quedarse, demorarse, dejar que la verdad moldee cómo pensamos y sentimos. Es donde la fascinación se convierte en formación. Las verdades que vemos sobre Jesús—Su fidelidad, Su misericordia, Su cercanía—se convierten en el ambiente donde vive nuestro corazón. Ya no visitamos Su amor ocasionalmente; habitamos en Él.
Y al permanecer, somos invitados a descansar en las promesas que brotan de esas verdades. Sin esfuerzo forzado. Sin necesidad de impresionar. Descansamos. Comenzamos a vivir con una confianza silenciosa de que Jesús realmente es quien dice ser—y que estamos seguros en Él. Este descanso no es pasivo; es una confianza activa y profunda. Es la paz que nace de saber que estamos sostenidos, guiados y nunca solos.
Entonces, cuando decimos “Estar con Jesús”, no estamos dando una tarea—estamos describiendo una relación. Te estamos invitando a un ritmo de mirar a Jesús hasta que tu corazón sea conquistado una y otra vez. De ahí fluye la transformación—no por el esfuerzo solo, sino por la unión con Él. Nos volvemos como Aquel a quien amamos.
Contemplar
Es detenerse.
Mirarlo con el corazón despierto.
Dejar que Su mirada nos encuentre.
Es abrir los ojos del alma y ver
que Su belleza transforma
antes de que entendamos cómo.
Permanecer
Es quedarse.
No una visita rápida,
sino una casa hecha en Su presencia.
Caminar con Él mientras lavamos platos,
mientras cruzamos la calle,
mientras respiramos.
Es dejar que Su compañía
moldee cada momento.
Descansar
Es soltar.
Rendir el control,
bajar los brazos cansados
y dejar que Él lleve el peso.
No es hacer menos,
es confiar más.
Es dormir en paz
sabiendo que Él vela por nosotros.
Estar con Jesús
es ver,
quedarse,
y rendirse.
Y en ese ritmo sagrado,
el alma se vuelve libre.
Contemplar es alzar la vista,
es ver a Jesús con alma lista.
Es dejar que Su luz nos despierte,
y que Su gloria el miedo deserte.
Permanecer es caminar,
junto a Él sin descansar.
No solo en momentos de oración,
sino en cada paso, en toda ocasión.
Descansar es confiar sin temor,
rendir el alma al buen Pastor.
Es respirar hondo y soltar la ansiedad,
sabiendo que Él cuida con fidelidad.
Mirar, quedar y confiar sin cesar,
tres pasos que enseñan a amar.
En ellos el alma halla su voz,
pues estar con Jesús, es estar con Dios.
Contemplar a Jesús
es mirar con el corazón,
es pensar en lo bueno que Él es,
y sentir Su amor como un sol brillante.
Es leer la Biblia y decir:
“¡Jesús, quiero verte más!”
Permanecer con Jesús
es pasar tiempo con Él todo el día,
cuando juego, cuando estudio, cuando ceno.
Es hablarle en mi mente,
y saber que Él siempre está cerca.
Descansar en Jesús
es dejar mis preocupaciones con Él,
confiar que me cuida cuando tengo miedo,
y dormir tranquilo sabiendo
que Jesús me abraza con Su paz.
Estar con Jesús
es mirarlo,
quedarse con Él,
y confiar sin miedo.
Permitir que Su Espíritu transforme tus pensamientos, afectos, deseos y acciones desde lo más profundo.
Renovar la Mente (Tener la Mente de Cristo) – Piensa como Jesús. Llena tu mente de verdad y permite que eso transforme cómo ves a Dios, a ti mismo y al mundo. (Romanos 12:2)
Transformar el Corazón (Encarnar Su Amor) – Desea lo que Jesús desea. Alinea tus emociones y afectos con Su amor y santidad. (Mateo 6:33)
Entrenar el Cuerpo (Para Vivir con Piedad y Rectitud) – Vive como Jesús. Desarrolla hábitos, disciplinas y virtudes que moldeen y sostengan una vida a Su imagen. (1 Timoteo 4:7–8; 1 Corintios 9:24–27)
Estar con Jesús naturalmente nos lleva a ser como Él. Cuanto más permanecemos en Su presencia, más Su Espíritu moldea nuestros pensamientos, afectos, deseos y acciones. La transformación no se trata de esforzarse por mejorar, sino de permitir que Su amor nos cambie desde adentro hacia afuera.
Jesús nos invita a pensar como Él piensa, amar como Él ama y vivir como Él vive. Este cambio no se impone; es el desbordamiento de un corazón cautivado por Él. Al caminar con Él, nuestras viejas formas de pensar comienzan a cambiar, nuestros afectos se reordenan y nuestras prioridades se alinean con Su Reino.
Ser como Jesús es llevar Su corazón: desear lo que Él desea, ver a las personas como Él las ve y encarnar Su amor en cada aspecto de la vida. Es la obra del Espíritu en nosotros, moldeándonos a Su imagen para reflejar Su carácter al mundo.
¿Cuál es la Diferencia entre Renovar la Mente, Transformar el Corazón y Entrenar el Cuerpo?
Renovar la mente consiste en reemplazar los patrones antiguos de pensamiento con la Palabra de Dios. Transformar el corazón es permitir que nuestras emociones y deseos sean moldeados por Su amor. Entrenar el cuerpo es practicar hábitos piadosos que reflejan Su carácter.
Renovar la mente reinicia la forma en que vemos el mundo. Transformar el corazón reorienta lo que amamos y valoramos. Entrenar el cuerpo nos prepara para vivir lo que creemos.
Renovar la mente
es dejar que la luz entre
donde antes vivían las sombras.
Es dejar de pensar como el mundo piensa,
y comenzar a ver como Dios ve.
Es reemplazar mentiras
con la verdad que libera.
Es aprender a pensar con esperanza,
con humildad,
con el filtro del Reino.
Transformar el corazón
es rendir los deseos,
abrir las emociones,
y dejar que Su amor reordene todo.
Es sentir lo que Él siente,
amar lo que Él ama,
y dejar de correr detrás de cosas que no llenan.
Es recibir un nuevo latido,
uno que sigue el ritmo del cielo.
Entrenar el cuerpo
es disciplinar la vida para obedecer.
No por obligación,
sino por amor.
Es enseñar a las manos a servir,
a los pies a ir donde Él guía,
al cuerpo a vivir con propósito.
Es vivir lo que creemos,
aunque cueste,
aunque canse,
aunque nadie más lo vea.
Renueva la mente, deja entrar la verdad,
que la Palabra quite la oscuridad.
Rompe los moldes que el mundo te dio,
piensa como Cristo—como Él pensó.
Transforma el corazón con fuego de amor,
deja que Dios moldee todo su color.
Lo que antes buscabas ya no es igual,
pues Su presencia te llena total.
Entrena el cuerpo con ritmo y valor,
que tus acciones den fruto al Señor.
Hábitos santos, pasos de fe,
prácticas firmes que agraden al Rey.
Unidos los tres, caminan en paz,
mente, cuerpo y alma en una misma faz.
Así es el camino del que sigue fiel,
formado en la imagen del Emmanuel.
Jesús me ayuda a pensar de otra forma,
a quitar los pensamientos que me asustan
y a poner en mi mente Su verdad.
Él me enseña lo que es bueno,
lo que es justo,
lo que me hace más como Él.
Jesús también toca mi corazón.
Cuando estoy enojado o triste,
me abraza con Su amor.
Él cambia mis deseos,
y me da ganas de hacer lo correcto
porque lo amo.
Y Jesús me ayuda a usar mi cuerpo.
A obedecer aunque no tenga ganas.
A orar, a compartir,
a ayudar sin que me lo pidan.
Mi cuerpo también puede adorar a Dios
con lo que hace cada día.
Jesús me está cambiando
desde adentro…
hasta afuera.
Llevar Su Reino al mundo a través de tus palabras, acciones y presencia.
Hacer Espacio para el Evangelio (Hospitalidad) – Crea espacio en tu vida para ser hospitalario con las personas que Dios ama y para Sus intervenciones y citas divinas. (Lucas 14:12–14)
Proclamar el Evangelio (Alcance/Evangelismo) – Habla con valentía y amor las buenas nuevas—señala a las personas hacia Jesús. (Mateo 28:18–20)
Demostrar el Evangelio (Ministerio/Servicio/Justicia Bíblica/Evangelismo con Poder) – Vívelo. Muestra Su amor a través de la justicia, la misericordia, la sanidad y el servicio. (Mateo 10:5–8)
Una vida transformada por Jesús no puede permanecer centrada en sí misma. Seguirlo verdaderamente significa entrar en Su misión: llevar Su amor, Su verdad y Su presencia al mundo. Jesús no solo enseñó acerca del Reino; Él lo vivió. Sanó a los enfermos, acogió a los marginados, perdonó a los pecadores y proclamó las buenas nuevas del reinado de Dios.
Como Sus aprendices, estamos llamados a continuar Su obra—no por obligación, sino por amor. Cuando estamos con Jesús y somos formados por Él, Su misión se convierte en nuestra misión. Aprendemos a ver el mundo con Sus ojos, a movernos con Su compasión y a servir con Su humildad.
Vivir en misión no se trata de gestos grandiosos o plataformas públicas—se trata de encarnar a Jesús en nuestras interacciones diarias. Se trata de amar a las personas frente a nosotros, hablar la verdad con gracia y abrir espacio para que otros lo encuentren. Ya sea en nuestros lugares de trabajo, hogares o comunidades, somos Sus manos y pies, llamados a reflejar Su bondad dondequiera que vayamos.
Hacer Espacio para el Evangelio invita a otros mediante la hospitalidad y prepara sus corazones para recibir.
Proclamar el Evangelio comunica la verdad de Jesús con claridad, valentía y gracia.
Demostrar el Evangelio muestra la verdad del mensaje a través de cómo vivimos—por medio de acciones de amor y manifestaciones del poder de Dios que traen sanidad y libertad.
Hacer espacio
es preparar la mesa antes de hablar,
abrir la puerta con una sonrisa sincera,
escuchar más que hablar,
ser un lugar seguro donde el alma puede respirar.
Es la mirada que no juzga,
el silencio que abraza,
la presencia que dice:
tú eres bienvenido aquí.
Proclamar
es hablar de Jesús cuando el momento llega,
no con gritos ni argumentos,
sino con palabras llenas de vida.
Es contar lo que Él ha hecho,
testificar con sencillez y poder.
Es poner en voz
lo que arde en el corazón.
Demostrar
es vivir lo que se predica,
tocar al que nadie quiere tocar,
servir aunque cueste,
orar con fe por sanidad,
y luchar por justicia con amor.
Es mostrar con hechos
que el Reino de Dios está aquí,
presente, real, imparable.
Haz espacio en tu casa y corazón,
recibe al otro sin condición.
Una silla, un plato, un poco de té,
y un ambiente donde Dios se ve.
Proclama a Cristo con fe y verdad,
con voz valiente y con bondad.
No temas hablar del Salvador,
que dio Su vida por puro amor.
Demuestra el Reino con compasión,
en cada acto y decisión.
Sana, perdona, lucha, bendice,
que el mundo vea lo que Él dice.
Tres caminos que van a un lugar:
el corazón del Dios sin igual.
Si vives así, con Él de la mano,
Su luz brillará por todo tu hermano.
Puedo hacer espacio
cuando invito a alguien a jugar,
cuando comparto mi merienda,
o cuando escucho con atención.
Ahí, Jesús está conmigo.
Puedo hablar de Jesús
cuando le cuento a un amigo
que Él me ama,
que me cuida,
que nunca me deja solo.
Ahí, Jesús habla a través de mí.
Puedo mostrar a Jesús
cuando ayudo a alguien que llora,
cuando perdono,
cuando oro por un enfermo
o cuando hago algo bueno sin que me lo pidan.
Ahí, Jesús brilla en lo que hago.
Así, cada día, con lo que soy,
puedo enseñar quién es Jesús,
sin tener que ser grande,
solo con amor.
Decir “Sí” al Camino de Jesús
Ser aprendiz de Jesús significa poner nuestra vida en Él—organizar todo lo que somos alrededor de estar con Él, llegar a ser mas como Él y hacer lo que Él hizo. No se trata de seguir un programa o cumplir un montón de reglas. Es una invitación a vivir de una manera nueva, guiada por el amor, el cambio real y un propósito eterno.
El mundo quiere llevarnos por muchos caminos, pero Jesús nos llama a una vida de cercanía con Él, de transformación verdadera y de una misión que vale la pena. Ese es el camino del discipulado. Ese es el Camino de Jesús.